miércoles, 24 de abril de 2013

El momento feliz del día.

Son las cuatro de la mañana y un sonido dulce interrumpe ese curioso sueño en que se entretiene ese yo que despierta cuando mi otro yo se acuesta a dormir.
La rutina me obliga a hacer las mismas cosas de siempre casi de forma mecánica. Bruno me recibe ansioso y dando saltos, esperando mi abrazo matutino y su infaltable desayuno.
El camino se va trazando bajo el andar de mi moto que me permite disfrutar de un paisaje particularmente hermoso cada día. Algún animal silvestre o quizá una racimo de manzanas de agua me iluminen una sonrisa en el rostro escondido dentro del casco.
El camino sigue hasta llegar al destino silencioso de rostros adormilados, algunos más sonrientes, otros más llenos de vejez temprana. El sabor del café me acompaña en mis primeras clases, esas más silenciosas por ser el inicio de la jornada. Las clases continúan y ese yo que duerme en las noches está más despierto que nunca y siempre buscando, buscando la manera de llegar a cada mente, de cautivar ese interés por trascender, por la objetividad, por el análisis; pero hay días en que eso se convierte en una odisea. ¿Qué pasa? ¿Se han extinguido los sueños? ¿La pereza y la desidia ganan la batalla? ¿Les resulta indiferente el aprendizaje? Me frustro, quiero llorar, salir corriendo, darme por vencido.
La tristeza se refleja en mi silencio obligado. El día continúa con el viaje de regreso. Y de nuevo lo de siempre: calor, frustraciones, cansancio irremediablemente cotidiano, como diría Bunburi. Llega la hora de hacer el análisis y ver, en medio de todo, el momento feliz del día: cierro mis ojos y escucho el secreto del zorro al principito:  Se ve claro con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos. El paisaje matutino llega de pronto a mi memoria. La motivación se carga de nuevo esperando el nuevo amanecer y quizá nuevas sonrisas; pero lo que si tengo seguro es que manaña, en algún instante y a pesar de todo habré de tener mi momento feliz del día.

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