Escribo porque es mejor que gritar, porque mis manos tiemblan al compás de las palabras que mi mente les indica.
Son miles de pensamientos los que pasan por ahí, donde el viento gira a la derecha para esconderse detrás de las ramas de un árbol, para ocultarse de las ideas que siguen a las sombras, no por tratarse de fantasmas o cosas por el estilo, sino porque es de noche cuando aflora y tiene que escaparse.
Escribo porque es mi sueño decir lo que pienso, decir aquello que nace en mis pensamientos de formas tan abstractas que hay muchísimos que no pueden comprender, no porque carezcan de intelecto sino porque han olvidado cómo admirarse, sí, han olvidado el valor de los pequeñas instantes de la vida: el aroma de la tierra mojada, el sonido del aguacero que cae en la noche y que abriga el romance prohido de aquellos amantes furtivos, el calor del sol en la piel, el susurro del silencio cuando uno se encuentra a solas en casa; hay quienes simplemente ya no se asombran al despertar y sentir cómo la vida les fluye por el cuerpo.
Escribo porque mi alma es una rebelde, quiere que el mundo la escuche, que la sienta, que la viva, no que la comprenda, ya que la incomprensión en grandísima parte, obliga al intelecto a superarse y a no tener que vivir esperando la aprobación o los aplausos de los otros, esos, que muchas veces son como los espectadores de los circos que ven la presentación y gritan y aplauden pero no entienden. Escribo porque sé que decir lo que pienso y pensar lo que digo es el trabajo más digno que como ser racional y axiológico podría hacer, ya que si guardo silencio me ahogaría por dentro.
Escribo porque mi vocación de escritor me inspira a expresarme y porque cada palabra que digo no será llevada por el viento sino sembrada en la mente y en la memoria de aquel que quiera leerme, criticarme o ignorarme, pero quien decida hacer lo último corre el riesgo de permanecer en un letargo al privarse de la oportunidad de adentrarse en mí y en algo de lo que sueño.
Escribo porque esta es la noche en que la luna se viste con su traje de gala en este año y porque así lo he querido.
Escribo porque no sé tocar guitarra para componer canciones ni sé pintar con la destreza y osadía de Dalí, no soy un escritor surrealista, soy tan solo un artífice de sueños eternos en las noches calladas, una pieza del rompecabezas del destino, un hombre distinto en medio de tantos iguales, un hombre que da valor a las sonrisas y a que aún añora un mundo donde la felicidad valga más que el dinero y el abrazo de un amigo sea más trascendente que un auto del año.
Escribo porque espero, porque no tengo prisa, porque lentamente es que se encuentra la puerta que lleva a los sueños a adentrarse en algún laberinto perdido en las páginas del misterioso libro que tan solo llamamos vida.