miércoles, 9 de octubre de 2013

DEL CIRCO POLÍTICO COSTARRICENSE Y OTROS DEMONIOS...

Sentado en este viejo sillón verde, con el sonido inseparable de mi ventilador que se ha convertido en un hermano para mí, me dispongo a hacer uso de mis palabras, no con el fin de hacer leña del árbol caído, sino porque mi responsabilidad moral me impide guardar silencio un solo segundo más.

Han pasado días en que simplemente me he dedicado a realizar una observación minuciosa de lo que acontece en este país que aunque amo, cada día me da más pánico, debido a su semejanza con un circo, y me da pánico por la fobia no superada que le tengo a los payasos y, desde mi perspectiva (y me atrevería a decir que hay un gran grupo de compatriotas que piensan igual que yo), debo manifestar, que me da lástima y furia tener que ser espectador en una butaca vieja de un teatro mohoso observando mil y una veces el espectáculo que han venido ofreciendo muchos personajes (que desearía que fuesen ficticios) quienes,  sin mérito alguno se han catalogado a sí mismos como políticos, prostituyendo el significado primero del animal político del que nos hablaba Platón.

Son muchos los que ven en la política una fuente de poder, de enriquecimiento egocéntrico, personalizado, que ven, en los puestos públicos, un medio para sacar provecho que una silla cómoda les pueda facilitar. Más que una pieza teatral de quinta, la política nacional se ha convertido en un show de títeres, donde los cerdos (aludiendo, desde luego, a la reflexión planteada por Orwell en La rebelión en la granja, que los cataloga como los animales más astutos, que son capaces de succionar al máximo a los demás con el fin de obtener lo que anhelan y, sin vergüenza ni titubeo alguno, vociferan expresiones adoquinadas con palabras vacuas, con frases repetidas, pero con el fondo idéntico del expresado por los cerdos de Orwell: todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros), venden ideas, no al mejor postor, sino a aquel que se adormezca, que se deje llevar por la ceguera común y constante de una gran mayoría del pueblo costarricense, esa ceguera, que parece renacer cada cuatro años, cuando después de haber sufrido, haberse quejado, haber visto en reiteradas ocasiones cómo esos apoderados por nosotros mismos tratan de vernos como a idiotas, y pretenden que caigamos en la ciénaga de siempre y les volvamos a dar la oportunidad de seguir comiendo manjares en vajillas de plata mientras el pueblo, come lo que puede, y a veces ni eso.

¿Se puede acaso comparar el dinero de la dieta diaria de un diputado, por ejemplo, con los 622 colones de la beca para que un estudiante de un liceo rural almuerce o tenga acceso al equivalente a un almuerzo? ¿Por qué no se le pagan esos 622 colones a los diputados para ver qué pueden comprar de almuerzo? ¿Por qué no abrimos los ojos y dejamos los intereses personales de lado? ¿Por qué seguimos viendo la política como una gran teta de la cuál son más y más personas que quieren chupar y sacar provecho de ella? ¿Por qué hay tanto costarricense que se entrega adormilada y estúpidamente a colores políticos tan solo porque sí? ¿Por qué simplemente no abrimos los ojos y vemos que la realidad puede ser mejor, por ejemplo, si cambiamos lo que le dijo, Fernández Guardia con su misiva a Carlos Gagini?:

“Con perdón de mi amigo Carlos Gagini, a quien quiero y cuyos méritos respeto 
y admiro, me permito decir que esto es sencillamente un desatino nacido sin duda 
del sentimiento patriótico llevado al extremo. Se comprende sin esfuerzo 
que con una griega de la antigüedad, dotada de esa hermosura espléndida y severa 
que ya no existe, se pudiera hacer una Venus de Milo. De una parisiense graciosa
 y delicada pudo nacer la Diana de Houdon; pero, vive Dios que con una india de Pacaca solo se puede hacer otra india de Pacaca.”

¿Y si hacemos un cambio? digo yo; es tan fácil como salir a votar y no votar por los mismos, es ser sinceros y procurar una Costa Rica mejor para todos, y no un yo mejor a partir de una Costa Rica de algunos en la gran argolla que la teta patria reacomoda cada cuatro años... con nuestra complicidad.


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