La educación del siglo XXI plantea cada día, una infinidad de retos a los docentes y con ello surge una cuestión epistemológica que ha de ser, ineludiblemente, el bastión que trace el camino de los nuevos pasos a dar.
Uno de ellos, es la necesidad de confrontarnos con nosotros mismos, con la finalidad de delimitar los pro y los contra que nuestra pedagogía presenta en una relación paralela con las exigencias de la población estudiantil de este tiempo.
Lo anterior debe solventarse con un nuevo planteamiento personal, con un diagnóstico contextual inmediato y con la implementación de estrategias adecuadas a las necesidades; que se logre capturar la capacidad de asombro de los estudiantes, que ellos quieran de veras ser parte del camino; donde el proceso de enseñanza-aprendizaje, sea, efectivamente, un encuentro con esa magia que significa la adquisición de nuevos conocimientos, de destrezas, de ir evolucionando la educación de forma tal, que esta adquiera de nuevo la trascendencia primera tan bien manifestada por los griegos. Sin lugar a dudas, el reto de la nueva evaluación puede resumirse en una sentencia: Solo hay una forma de hacer las cosas: bien.
Por otra parte, cuando se habla de lo que debe ser y saber un educador, hay que enfatizar fuertemente en la esencia de la educación de calidad, a saber, una educación de calidad requiere de un compromiso por parte del docente: que sea atrevido, que se permita soñar, que luche incansablemente por alcanzar las metas plasmadas en su trabajo, donde las dificultades sean vistas como retos y no como obstáculos, donde el porvenir sea esperado con ansias y el devenir asimilado con entusiasmo y decisión.
Una educación de calidad requiere de docentes sin pelos en la lengua, que no teman decir la verdad pero que no se manchen con la deshonra de hablar mal de un colega, asimismo, requiere de personas comprometidas con los exitosos para que sigan subiendo sin parar así como con aquellos que andan despacio pero con ánimo de superarse.
Una educación de calidad requiere de un despojarse de conceptos herméticos preconcebidos en libros de texto para abocarse a la construcción conjunta de nuevos conocimientos a partir de la comparación, el análisis y la investigación.
Una educación de calidad necesita profesionales que formen personas, no máquinas, donde los valores universales, el respeto y la dignidad sean los pilares de todo proceso de enseñanza-aprendizaje.
Una educación de calidad necesita de docentes que enseñen a pensar no a memorizar, de docentes que hagan que sus alumnos creen conceptos a partir de la experiencia y no a partir de una fotocopia llena de definiciones.
Una educación de calidad requiere de docentes que sonrían, que sean felices, que amen su trabajo y lo demuestren con celo profesional, con categoría, con orgullo y humildad.
Una educación de calidad necesita que el papel del educador sea apreciado como un don en la sociedad, pero no como una imposición sino como un resultado del esfuerzo, el esmero y el proceso en pro de la excelencia integral.
Una educación de calidad es el resultado de muchos granitos de arena, de mucho trabajo silencioso y de mucha propaganda sin más pancartas que el mismísimo trabajo de aquellos que damos la vida por educar como se debe: con calidad.
Ahora bien, para lograr que el ser y el quehacer del docente sea efectivo, es muy importante que se vuelva a las raíces de la esencia del ser humano, que se interiorice y se conozca, es decir volver a darle importancia al silencio.
Silencio es sinónimo de reflexión, de encuentro personal, de conciencia, de paz o de incertidumbre, de miedo o de felicidad, y si es así, FELICIDAD, sin duda, estaremos hablando de plenitud.
Silencio es despertar cada mañana con la alegría de saber que como docente, tengo la oportunidad de ir a mi trabajo, de educar a jóvenes y a niños y de que ellos me eduquen; es poder llegar luego de un largo y difícil viaje y saber que durante el día podré compartir con diversas sonrisas e incluso con rostros tristes y con dudas; silencio es vivir la cercanía de un abrazo de ese amigo que me quiere y el saludo entre dientes de alguno que no entiende mi alegría cotidiana ni mis razones para ser feliz, ya que aunque el mundo dé tanto para llorar yo puedo ser capaz de ver luz donde no hay, de escuchar música en las gotas de lluvia que al caer golpean el suelo, de reírme solo con el simple hecho de pensar algo que hizo o mencionó alguno de mis estudiantes mientras conversamos en clase o en un recreo.
Silencio, es además, tener la posibilidad de culminar la jornada con un útil examen del día, de analizar qué hice bueno, qué hice no tan bueno, lo que pude haber hecho para ser mejor y no lo hice y, delimitar acciones concretas para que mañana pueda ser mejor persona, mejor educador, y así ver las formas y las estrategias necesarias para lograr que mi papel como docente sea efectivo y de calidad, no se pueden ignorar las deficiencias que como persona pueda tener, reconocer eso es fundamental para que el trabajo se conduzca hacia una meta en común: calidad de educación.
Silencio es callar el ruido que el mundo ha dejado en mí durante el día y el ruido que con que yo he manchado el silencio de los otros que hoy compartieron conmigo; silencio es sincerarme conmigo, reconocer mis fallas, pedir perdón y procurar enmienda; a nivel profesional eso es indispensable ya que si creo que mi trabajo es el mejor, el ideal, muy pronto iré a caer en una rutina y con ello, fácilmente me dejaré llevar por la corriente del medalaganismo, término acuñado por el escritor sancarleño, Adriano Corrales, quien, en uno de sus conversatorios con estudiantes, aludía al hecho de que si una persona, un docente, si se cree ya formado, si piensa que ejecuta su trabajo impecablemente entrará rápidamente en una zona de confort que lo único que logrará es dejar de crecer y con ello, se verá truncado el proceso evolutivo hacia la calidad de la educación.
Además, silencio es soñar despierto y pensar en cómo hacer realidad eso que me hace soñar y creer que se puede hacer un cambio. Silencio es la capacidad que debo tener para escuchar las necesidades y quejas del mundo, de los estudiantes, padres de familia y colegas educadores y, al hacer un análisis de todas esas inquietudes debo ineludiblemente dedicarme a hacer bien lo que hago y procurar hacerlo mejor al día siguiente de forma que contribuya con eso de ser felices y ser un medio eficaz hacia la educación de calidad.
Por otra parte, es muy importante rescatar que el silencio, es no perder la capacidad de asombro ante una flor, ante una gota de lluvia o ante la sonrisa de un niño. Silencio es hablar más con el corazón y menos con la boca, es hacer más y decir menos, es dar sin esperar recompensa, ni siquiera un "gracias"; silencio es mandar por un tubo mis egoísmos y mis miedos, es convertir mis debilidades en retos, y mis virtudes en medios para hacer que los demás sean mejores. Silencio es escuchar lo que dice la mirada triste de quien requiere cariño y de quien busca el camino escondido bajo los escombros del egoísmo, la ambición y la amargura.
Silencio es sinónimo de felicidad, por tanto es, sin duda, escuchar la voz de la conciencia y ser capaz de sonreírle en paz.
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