Soy hombre, es decir, animal con palabras y exijo, por lo tanto, que me dejen usarlas. Jorge Debravo.
viernes, 10 de octubre de 2014
SE ALQUILA POETA UNA NOCHE
Un libro entre mis manos, el título no lo recuerdo, pero sí el sabor amargo del tabaco en mis labios como tantas otras noches solitarias de poeta; de ese tipo de poetas que pasan inadvertidos ante la gente mas no ante la naturaleza y el cielo, quienes son y han sido los más fieles testigos del nacimiento de mis versos, estos, tan simples y llenos de sueños, de esperanzas y anhelos; que luchan cada noche por cantar las maravillas cotidianas que aunque invisibles, resultan interesantes y perturbadoras en el oído y el alma de aquellos quienes nunca se han alquilado para soñar, ya por falta de sueños, ya por sueños descalzos.
La noche en silencio y el silencio de fiesta, los versos en paz y la paz en guerra. A lo lejos una luz tenue, reflejada en los ojos de la princesa del sueño y de la noche. Avanzaba hacia mí con una velocidad semejante al color verde del prado en las mañanas y con un aroma a cielo húmedo que penetraba mi ser y se desplazaba por mi piel acariciándola suavemente, y yo, seguía aún con mis manos ocupadas: en una, el tabaco; en la otra, el libro; y en la otra (porque esa noche recuerdo que tuve tres manos) sostenía la impaciencia de ver el rostro de aquel sueño bañado de luna. Ya estaba cerca, tanto que pude ver mis ojos en los suyos y sentir en mi rostro el calor de su ya agitada respiración. Su cabello liso se desbordaba de su cabeza para caer caprichosamente en mis hombros y aferrarse a mi cuerpo como las raíces de un gran árbol en la tierra. No tuve más remedio que callar aunque el silencio me gritaba. Su mirada, profunda por naturaleza, me obligaba besarla.
Nunca supe quién era, ni su nombre, ni siquiera su voz. Pero aquella noche el verso se transformó en carne y los segundos en placer, aunque este viviera tan solo en mis sueños.
De nuevo, esta noche, sentado en aquella silla, la de siempre, quise cambiar el libro por una pluma, y con el sabor amargo del tabaco en mi boca, cantar lo que hace lunas pasó, mientras el viento cantaba y un búho se escuchaba ulular a lo lejos.
viernes, 3 de octubre de 2014
VERSOS DE PUTA
sábado, 13 de septiembre de 2014
QUIERO...
SOLO QUIERO...
jueves, 11 de septiembre de 2014
El silencio, la cocoa y su mirada...
El silencio era absoluto, tanto que ensordecía la habitación de aquella cabaña que se asemejaba a un retrato en sepia, era como estar viendo a través de una ventana que exhibía el pasado. El olor a tierra húmeda podía percibirse mezclado con aquel aire frío, con aquella sensación que producía estar ahí, sentado en una vieja silla de madera, tecleando algunas ideas que parecían nacer por sí mismas, sin mucho aspaviento, sin mucha murmuración, era como una relación subliminal entre la mente de aquel hombre y los movimientos acompasados de sus dedos al contacto con la laptop frente a la ventana más grande de aquella sala de estar.
Las ideas empezaban a mezclarse unas con otras, al ritmo del viento que soplaba con fuerza. Él cerraba sus ojos como intentando ver los ojos de aquello que hacía de su cabeza un maromero, de aquello que lo tenía ahí sin tener claro el porqué, pero que parecía atormentarlo minuto a minuto como si estuviese poseído por mil demonios y en ese preciso instante todos ellos quisieran puyarlo por dentro con el tridente de Satanás.
Sus piernas empezaron a moverse con rapidez, más la derecha que la izquierda, era una manera de ir liberando energía de aquella bomba que quería explotar esa noche en medio de la montaña. Sus brazos estaban apoyados en el borde de un deteriorado escritorio de cedro, cuya superficie, áspera, vieja, tosca, torturaba la piel del hombre ensimismado y absorto en medio de sus pensamientos, como aquella ocasión en que Narciso fue víctima de sí.
Un movimiento de cabeza, girando de un lado a otro, intentando disminuir la tensión que aprisionaba su cuello; sus ojos, con un resplandor extrañamente distinto, se abrían y cerraban despacio, como queriendo enfocar una realidad que solo en su mente parecía ser.
Siempre ha sido difícil la particular existencia del yo singular y único como debe ser, y no ser parte de la raza de los yo plurales, que se asemejan a la producción masiva de productos en el mercado actual, todos son iguales, pero siempre hay quienes añoran ser más iguales que otros, como los cerdos de Orwell.
El silencio se fue tornando particularmente especial, en él, empezaron a mezclarse unos pasos suaves sobre la madera de aquella cabaña. Él seguía inerme de lo que pudiere haber fuera de su caverna platónica, los sonidos habían desaparecido, el entorno se reducía rápidamente a medida que avanzaba en su escritura, sus manos traducían al lenguaje de los hombres aquellos pensamientos nacidos de la fuente del Olimpo, brotando con la suavidad del anhelo de encontrarse con su alter ego y hacer con su vida lo que cualquier sensato que estuviera en su lugar haría, mirar directamente el alma de quien estuviese de frente, y esperar a que las sensaciones físicas empezaran a manar tan solo para concertar una cita silenciosa sin mediación de palabra alguna, donde el ser supera el idioma y las miradas son capaces de desnudar el ánima de aquellos que han nacido predestinados por el laberinto cósmico a hacer de sus yo singulares algo más que su esencia semántica per se.
Una mano derecha puso a su lado una taza color turquesa que expelía un aroma delicioso a cocoa caliente; casi ipso facto, una mano izquierda se deslizó lentamente por su hombro mientras unos labios tibios, quizá por algún sorbo adelantado de la cocoa, le rozaron la mejilla y lo hicieron estremecerse al sacarlo abruptamente del sendero que seguían sus palabras. Sin decir nada, cerrando los ojos, dejó de escribir por un instante para poder corresponder la caricia que le hacían, el simple encuentro de dos manos que al encontrarse decidieron quedarse quietas.
Ella intentó leer lo que proyectaba la pantalla del computador, pero él, con sutileza, interrumpió aquel acto reflejo natural al clavar sus ojos castaños en el brillo de aquella mirada que le provocaba el revoloteo de las mariposas amarillas de Aureliano en sus meras entrañas mientras estaba preso de una extraña soledad compartida. Ella lo sabía, sabía lo que pasaba con él en ese preciso instante, por lo que sus mejillas, bellas por naturaleza, empezaron a sonrojarse rápidamente mientras las comisuras de sus labios dibujaban una sonrisa que causaba el mismo efecto que si hubiese tirado un puñado de arena en medio de las mariposas. Sus corazones, sincronizados por el aceleramiento, latían con estrépito, a la vez que las mariposas de él se trasladaban imperceptiblemente hacia ella, él sabía que eso sucedía. Ambos sonrieron, como dos niños bobos avergonzados ante aquel instante. No pronunciaron palabra alguna, como si comprendieran que hay momentos en que el lenguaje de los hombres sobra y se ha de dar paso al lenguaje del alma, ese que es capaz de hacer comprender al menos entendido y de hacer sentir a los corazones de piedra.
Ella se sentó en los regazos de él, mientras le acariciaba con su dedo índice la punta de la nariz sin quitarle la mirada de encima, la sensación del revoloteo se multiplicaba más mientras sus corazones, cual corceles salvajes galopaban a toda prisa queriendo ser uno con el prado extendido bajo sus pasos. Él quiso besarla, pero se sentía intimidado ante la presencia de ella, ella lo sabía, y quiso decírselo ahí, pero su voz, que se quiebra fácilmente y tiende a desaparecer cuando los nervios son tales que hacen que las manos suden y su respiración se dificulte, no pudo. Él, que tenía su mano tímidamente apoyada en la pierna de ella y utilizando solo los dedos índice y medio de su mano derecha, le acarició un pómulo, y empezó a juguetear como escribiéndole un poema en la piel. Ella cerró los ojos, dejó de pensar y empezó a sentir. A cada movimiento podía sentir con los cinco sentidos; sus ojos, cerrados al mundo, veían todo aquello que tiempo atrás había deseado; su tacto buscaba sentir la piel de aquel hombre que la hacía sentir todo como si fuera nuevo; sus oídos, escuchaban atentamente las melodías del silencio que aquella noche deleitaban su alma; su olfato, conectado con su cuerpo entero la hacía respirar profundo para sentir el aromaque él particularmente tenía y que a ella tanto la atraía; cuando quiso enfocarse en la sensación del gusto, abrió los ojos y fue ahí cuando observó, como en cámara lenta, cómo él se le acercaba para besarla, y de nuevo, los cinco sentidos hacían gala con ella, las mariposas importadas la estremecían una y otra vez, mientras deseaba con todo su ser hacerse una con él, su cuerpo lo pedía, su alma lo añoraba y su corazón escribía atento cada uno de esos detalles que se iban desentrañando ahí, en los regazos de él, sobre la vieja silla de madera, en la cabaña en sepia, con el aroma a tierra húmeda en aquella habitación helada.
Él tomó la taza de cocoa que ella le trajo, ya estaba un poco fría, la bebió de un trago. Se levantaron de la silla. Él la tomó de mano, pudo sentir el sudor de ella. Empezó a desnudarla lentamente, sus manos temblaban nerviosas, uno a uno fue desabrochando los botones de la blusa color azul oscuro que llevaba puesta, no podía dejar de mirarla. Ella seguía con los ojos cerrados, haciendo algunos gestos con su rostro. Él, continuó desnudándola, primero el broche del jeans, luego, muy despacio,
bajó la cremallera, apoyado en los costados del pantalón empezó a bajarlo poco a poco hasta dejarla solamente con las bragas color menta y semitraslúcidas puestas. De nuevo, sus dedos quisieron acariciarla. Su índice empezó un recorrido lento por el rostro de ella, bajando por su cuello, hasta llegar a sus pechos, ahí, empezó a juguetear muy delicadamente con los pezones, a penas y los tocaba, mientras con la yema del dedo lo rodeaba con la misma ternura que minutos antes la había besado. Ella se estremecía. Él la deseaba. La mano de él siguió bajando muy despacio por el vientre de ella. Se detuvo a la altura del ombligo. Siempre tuvo una atracción especial por esa parte del cuerpo, se le acercó aún más. Ella, al sentir el calor de la respiración de él, se estremecía aún más. Él la besó muy suave alrededor del ombligo, sus manos aprovecharon para empezar a deslizar suavemente y hacia abajo la única prenda que cubría la piel de aquel ángel atrapado en el cuerpo de una mujer preciosa. Estaban ahí, él, completamente vestido y ella, desnuda, preciosa, perfecta, con los ojos cerrados, como un lienzo puro sobre el cual se escribiría el verso más hermoso.
Él se incorporó; la tomó del rostro, con las dos manos, con la ternura plena con la que ha de tratarse algo creado con material tan fino y de manera tan perfecta. La besó. Ella se dejó besar. Él la quiso entre sus brazos. Ella quiso querer estar en los brazos de él.
De nuevo, el silencio era absoluto, tanto que ensordecía la habitación de aquella cabaña que se asemejaba a un retrato en sepia, era como estar viendo a través de una ventana que exhibía el pasado, pero esta vez, el calendario indicaba que el tiempo había pasado.
De pronto, con un movimiento brusco, él despertó, vio a su lado y no había nadie junto a él. Su corazón estaba muy agitado. Miró de reojo el reloj en su mano derecha, marcaba las 3.47 am. Sonrió y pudo recordar aquella mirada que lo había hecho cautivo y que ahora, extrañamente lo hacía imaginar cientos de mariposas amarillas revoloteando por un campo.
San Carlos, 11 de septiembre de 2014.
viernes, 11 de julio de 2014
LA INUTILIDAD DE LA GUERRA
Es doloroso ver, desde una perspectiva filosófica cómo se ha dejado de lado el verdadero sentido de la existencia para canjearlo por un absurdo y abominable deseo de poder (como si esto fuera indispensable en la vida cuando ni siquiera es necesario). La inutilidad de la guerra, mismo título del italiano Igino Giordani, es la esencia de lo que siento y veo en estos días; una sociedad fría, que mata así nomás, sin medir las consecuencias de la violencia execrable que deja cada vez a niños huérfanos y a madres sin sus hijos; duele ver imágenes de pequeños tirados en las calles, destrozados por misiles y bombas, duele ver cientos de hogares convertidos en escombros y duele saber que hay personas, hermanos míos y tuyos, que esta noche no tienen donde dormir, ni qué comer, y quizá, no tienen ni el valor para conciliar el sueño debido al miedo de morir en el intento.
La guerra es inútil, no sirve para nada, no ayuda a mejorar ni a hacer de los pueblos algo mejor; la guerra, es inútil, no educa personas para que sean mejores, no enseña a contemplar los amanecer ni a acariciar las flores, no enseña que se puede más con una sonrisa que lanzando una piedra, la guerra ensucia el alma y afea la tierra, por eso no entiendo por qué las personas pelean, se matan, se dañan sin siquiera conocerse. ¿Quién pintó el cielo así? le preguntó una dulce niña a su madre; puedo imaginar el rostro sonriente de ella al responderle con franqueza a su pequeña que ha sido Dios el autor de tan magna belleza.
Puede más un abrazo que la guerra, puede más una mirada distante pero sincera que una ofensa malsana que a lo lejos fermenta un odio que calcina y que oxida. Puede más un minuto de silencio en la casa que ora antes del almuerzo que un zumbido ensordecedor de misiles de guerra que destruyen ilusiones, que cercenan castillos que van más allá que la arena; puede más la caricia de un niño de pecho que la bofetada que sabe a venganza y que pronto provoca ese frío que la soledad mal vivida provoca, esa soledad que nace producto de la envidia, del egoísmo, de todo aquello que nos separa de la luz cálida de un sol al atardecer o de la brisa fresca que siente en la montaña.
Estoy harto de la guerra, porque no hay ninguna explicación lógica que la justifique, el ser humano debería dedicarse a ser feliz de una vez por todas y así dejarse de tanta pendejada, de andar ahí como itinerante vagabundo complicando la existencia propia y las ajenas, estoy harto de que haya lágrimas donde deberían desbordarse las sonrisas, debería haber más escuelas que cárceles, más parques que armas de guerra, más balones, legos y muñecas que misiles y que aviones de guerra, debería haber más niños corriendo libres bajo el sol de la mano con sus padres y menos soldados lejos de sus familias matando por un sueldo a sus propios hermanos.
La guerra es la respuesta de los débiles y de los que tienen miedo de ser lo que verdaderamente son, seres humanos, que en su naturaleza pura son una raza buena, solo hay que quitar ataduras, distingo de credos, de color de piel y eliminar las fronteras, somos hijos de un mismo Dios y nuestra casa es la Tierra, somos hermanos, somos hombres, somos la esperanza de quien hoy llora y se lamenta, somos nosotros los hombres, como dijo Jorge Debravo; somos el silencio en el ruido y la sonrisa en el llanto, somos todos iguales porque somos hermanos.
domingo, 29 de junio de 2014
LA CARRETA DE TROYA
domingo, 25 de mayo de 2014
MI FILOSOFÍA CONSISTE...
en saber sentir las caricias del viento
en saber que el silencio habla
cuando menos lo espero
y en saber que las páginas de los libros son baúles de sueños
ya por olvido o descuido o porque su niño interior creció y en un barco haya zarpado