viernes, 11 de julio de 2014

LA INUTILIDAD DE LA GUERRA

Es doloroso ver cómo el mundo se destruye a sí mismo, ver la cantidad de muertes de niños y de personas inocentes alrededor del planeta a causa de diversas guerras, de violencia, de hambre. Es doloroso que haya "seres humanos" que lucren con el sufrimiento de otros seres humanos; le doy vueltas una y mil veces a la situación de Gaza y de Israel y me duele, de verdad me duele. Me siento impotente ante esto y analizo de muchas maneras distintas en qué puedo ayudar desde mi posición como educador, como padre, como hombre, como esposo, como cristiano. Es mi deber fundamental seguir orando por la paz en el mundo, así como es mi deber, seguir educando para que los valores universales, el amor al prójimo y la sensibilización de los corazones de piedra se haga cada vez más fuerte y con más sentido que nunca.

Es doloroso ver, desde una perspectiva filosófica cómo se ha dejado de lado el verdadero sentido de la existencia para canjearlo por un absurdo y abominable deseo de poder (como si esto fuera indispensable en la vida cuando ni siquiera es necesario). La inutilidad de la guerra, mismo título del italiano Igino Giordani, es la esencia de lo que siento y veo en estos días; una sociedad fría, que mata así nomás, sin medir las consecuencias de la violencia execrable que deja cada vez a niños huérfanos y a madres sin sus hijos; duele ver imágenes de pequeños tirados en las calles, destrozados por misiles y bombas, duele ver cientos de hogares convertidos en escombros y duele saber que hay personas, hermanos míos y tuyos, que esta noche no tienen donde dormir, ni qué comer, y quizá, no tienen ni el valor para conciliar el sueño debido al miedo de morir en el intento.

La guerra es inútil, no sirve para nada, no ayuda a mejorar ni a hacer de los pueblos algo mejor; la guerra, es inútil, no educa personas para que sean mejores, no enseña a contemplar los amanecer ni a acariciar las flores, no enseña que se puede más con una sonrisa que lanzando una piedra, la guerra ensucia el alma y afea la tierra, por eso no entiendo por qué las personas pelean, se matan, se dañan sin siquiera conocerse. ¿Quién pintó el cielo así? le preguntó una dulce niña a su madre; puedo imaginar el rostro sonriente de ella al responderle con franqueza a su pequeña que ha sido Dios el autor de tan magna belleza.

Puede más un abrazo que la guerra, puede más una mirada distante pero sincera que una ofensa malsana que a lo lejos fermenta un odio que calcina y que oxida. Puede más un minuto de silencio en la casa que ora antes del almuerzo que un zumbido ensordecedor de misiles de guerra que destruyen ilusiones, que cercenan castillos que van más allá que la arena; puede más la caricia de un niño de pecho que la bofetada que sabe a venganza y que pronto provoca ese frío que la soledad mal vivida provoca, esa soledad que nace producto de la envidia, del egoísmo, de todo aquello que nos separa de la luz cálida de un sol al atardecer o de la brisa fresca que siente en la montaña.

Estoy harto de la guerra, porque no hay ninguna explicación lógica que la justifique, el ser humano debería dedicarse a ser feliz de una vez por todas y así dejarse de tanta pendejada, de andar ahí como itinerante vagabundo complicando la existencia propia y las ajenas, estoy harto de que haya lágrimas donde deberían desbordarse las sonrisas, debería haber más escuelas que cárceles, más parques que armas de guerra, más balones, legos y muñecas que misiles y que aviones de guerra, debería haber más niños corriendo libres bajo el sol de la mano con sus padres y menos soldados lejos de sus familias matando por un sueldo a sus propios hermanos.

La guerra es la respuesta de los débiles y de los que tienen miedo de ser lo que verdaderamente son, seres humanos, que en su naturaleza pura son una raza buena, solo hay que quitar ataduras, distingo de credos, de color de piel y eliminar las fronteras, somos hijos de un mismo Dios y nuestra casa es la Tierra, somos hermanos, somos hombres, somos la esperanza de quien hoy llora y se lamenta, somos nosotros los hombres, como dijo Jorge Debravo; somos el silencio en el ruido y la sonrisa en el llanto,  somos todos iguales porque somos hermanos.