Sentí por un instante deseo de levantar mi mirada al cielo y gritar ¿por qué? Pero de pronto el camino se llenó con mariposas amarillas y en medio de lágrimas tuve que sonreír y así comprender.
Soy hombre, es decir, animal con palabras y exijo, por lo tanto, que me dejen usarlas. Jorge Debravo.
jueves, 25 de abril de 2013
miércoles, 24 de abril de 2013
El momento feliz del día.
Son las cuatro de la mañana y un sonido dulce interrumpe ese curioso sueño en que se entretiene ese yo que despierta cuando mi otro yo se acuesta a dormir.
La rutina me obliga a hacer las mismas cosas de siempre casi de forma mecánica. Bruno me recibe ansioso y dando saltos, esperando mi abrazo matutino y su infaltable desayuno.
El camino se va trazando bajo el andar de mi moto que me permite disfrutar de un paisaje particularmente hermoso cada día. Algún animal silvestre o quizá una racimo de manzanas de agua me iluminen una sonrisa en el rostro escondido dentro del casco.
El camino sigue hasta llegar al destino silencioso de rostros adormilados, algunos más sonrientes, otros más llenos de vejez temprana. El sabor del café me acompaña en mis primeras clases, esas más silenciosas por ser el inicio de la jornada. Las clases continúan y ese yo que duerme en las noches está más despierto que nunca y siempre buscando, buscando la manera de llegar a cada mente, de cautivar ese interés por trascender, por la objetividad, por el análisis; pero hay días en que eso se convierte en una odisea. ¿Qué pasa? ¿Se han extinguido los sueños? ¿La pereza y la desidia ganan la batalla? ¿Les resulta indiferente el aprendizaje? Me frustro, quiero llorar, salir corriendo, darme por vencido.
La tristeza se refleja en mi silencio obligado. El día continúa con el viaje de regreso. Y de nuevo lo de siempre: calor, frustraciones, cansancio irremediablemente cotidiano, como diría Bunburi. Llega la hora de hacer el análisis y ver, en medio de todo, el momento feliz del día: cierro mis ojos y escucho el secreto del zorro al principito: Se ve claro con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos. El paisaje matutino llega de pronto a mi memoria. La motivación se carga de nuevo esperando el nuevo amanecer y quizá nuevas sonrisas; pero lo que si tengo seguro es que manaña, en algún instante y a pesar de todo habré de tener mi momento feliz del día.
lunes, 22 de abril de 2013
IGNORANCIA
miércoles, 17 de abril de 2013
La piedra en la mano
El concepto de debilidad es comparable con la realidad humana, pero caer, por otra parte, es sinónimo de no haber luchado lo suficiente o talvez haberlo hecho por un tiempo, para que luego, de la nada, dejarse envolver por la realidad aparente que se busca mermar.
Debilidad no implica tristeza sino el deseo trascendente de una felicidad plena, de un cambio surgido a partir de la fortaleza que un día, no muy lejano fue el opuesto por antonomasia.
Debilidad es cargar cada día con una piedra en la mano para esperar el momento justo de arrojarla sobre alguien que haga o diga precisamente aquello con lo que se lucha, es como imaginarse distinto al verse al espejo; o desear no tener que cargar con otra piedra más pesada en el bolsillo del remordimiento.
Debilidad es volver es empezar sin una meta clara, sin un propósito conciso de cambio para seguir inmerso en un círculo vicioso infinito hasta que decida ponerle un punto final.
Ahora bien, es loable reconocerse pequeño y ser persevarante; es admirable también, botar las piedras con las golpeo a los otros y cambiarlas por flores, por detalles, por palabras cargadas de testimonio y fortalecidas con actos dignos de aplausos que en definitiva habremos de merecer pero no añorar, porque quien vive buscando glorias pasajeras fácilmente caerá en vanagloria y arrogancia y, lo que se debe procurar es la fortaleza en la sencillez, en la humildad, en el servicio a los demás desde el lugar en que se encuentre, en las oportunidades que el día a día proporcionan para no ser débiles.
Debilidad es la virtud de saberme pasajero en el viaje hacia el yo pleno, feliz, sonriente y deseoso de tomar unos lápices de colores y pintar la vida con alegría. Debilidad sana es llorar cuando se deba hacer, desahogar el alma y convertir la propia miseria en riqueza de otros.
Soy un hombre débil, con una infinidad de imperfecciones que hasta los arcoiris desean opacar su vestimenta ante mí, pero tengo un don no merecido llamado oportunidad y es de ella de quien me aferro con la esperanza de ser ese yo que debo y no el yo que egocéntricante quiero.
Debilidad es adicción a la rutina, al conformismo con lo menos, a la pasividad ante situaciones que merecen acción concreta y coherente; debilidad es dejar de soñar como cuando era un niño sin complicaciones y me dedicaba a ser feliz un día a la vez.
Hoy quiero vaciar mis manos de esas piedras que me debilitan para asirme al sueño de aquella infancia inocente donde vivir era mi máxima y ser feliz mi convicción. Y mientras tanto, pienso a colores, no más en tonos grises.
Silencio, ocupamos silencio
Fue necesario que pasaran muchísimos días, meses, para que de nuevo pudiera estar acostado en la que fue mi cama durante más de veinte años. Y, en medio de un buen aguacero sancarleño, (de esos que se mencionan en el resto de Costa Rica, y que son imaginados como torrenciales e inaguantables por cualquier sombrilla creada por un ser humano) tengo la oportunidad de escuchar fuertemente el silencio que hay y que se respira en todas partes.
Me duelen los oídos, es insoportablemente exquisito sentir la forma en que este silencioso ensordecedor me golpea el alma y el corazón y con ellos, la razón.
Silencio es sinónimo de reflexión, de encuentro personal, de conciencia, de paz o de insertidumbre, de miedo o de felicidad, y si es así, FELICIDAD, sin duda, estaremos hablando de plenitud.
Silencio es despertar cada mañana con la alegría de saber que tengo la portunidad de ir a mi trabajo, de educar a jóvenes y de que ellos me eduquen; es poder llegar luego de un largo y difícil viaje y saber que durante el día podré compartir con diversas sonrisas e incluso con rostros tristes y con dudas; silencio es vivir la cercanía de un abrazo de ese amigo que me quiere y el saludo entre dientes de alguno que no entiende mi alegría cotidiana ni mis razones para ser feliz, ya que aunque el mundo dé tanto para llorar yo puedo ser capaz de ver luz donde no hay, de escuchar música en las gotas de lluvia que al caer golpean el suelo, de reírme solo con el simple hecho de pensar algo que hizo o mencionó mi hijo mientras conversamos.
Silencio, es además, tener la posibilidad de culminar la jornada con un útil examen del día, de analizar qué hice bueno, qué hice no tan bueno, lo que pude haber hecho para ser mejor y no lo hice y, delimitar acciones concretas para que mañana pueda ser mejor persona.
Silencio es callar el ruido que el mundo ha dejado en mí durante el día y el ruido que con que yo he manchado el silencio de los otros que hoy compartieron conmigo; silencio es doblar rodilla, reconocer mis fallas, pedir perdón y procurar enmienda. Silencio es soñar despierto y pensar en cómo hacer realidad eso que me hace soñar y creer que se puede hacer un cambio. Silencio es la capacidad que debo tener para escuchar las necesidades y quejas del mundo, y dedicarme a hacer bien lo que hago y procurar hacerlo mejor al día siguiente de forma que contribuya con eso de ser felices.
Silencio, es no perder la capacidad de asombro ante una flor, ante una gota de lluvia o ante la sonrisa de un niño. Silencio es hablar más con el corazón y menos con la boca, es hacer más y decir menos, es dar sin esperar recompensa, ni siquiera un "gracias"; silencio es mandar por un tubo mis egoísmos y mis miedos, es convertir mis debilidades en retos, y mis virtudes en medios para hacer que los demás sean mejores. Silencio es escuchar lo que dice la mirada triste de quien requiere cariño y de quien busca el camino escondido bajo los escombros del egoísmo, la ambición y la amargura.
Silencio es sinónimo de felicidad, por tanto es, sin duda, escuchar la voz de la conciencia y ser capaz de sonreírle en paz.
viernes, 12 de abril de 2013
Momentos singularmente plurales.
La vida de un ser humano está llena de momentos pero, sin lugar a dudas, los que realmente valen la pena recordar son aquellos que se convierten en magia cuando cerramos los ojos y sentimos esa sensación de completud en el alma, son, en definitiva, momentos que trascienden a la cotidianeidad de la existencia, momentos en que la eternidad es el reflejo del alter ego que no ha venido a llenar vacíos en nuestra necesitada inmanencia sino a darle sentido y a ser parte del camino, de los distintos senderos que se van dibujando en ese día a día, a veces con lucecillas de colores hermosas, y otras con el color triste de la tormenta pasajera que cobija el camino.
Hay momentos que nos hacen sentir la certeza de haber tomado la decisión correcta al haberle puesto la tilde al sí eterno en medio de testigos, unos de aquí y otros de allá donde las arpas, las cítaras y las voces celestes celebran conciertos trascendentes en la casa de Tata Dios.
Hay momentos consecutivos y singularmente plurales en que esos dos yo (y creo saber el porqué el plural de yo no es yos; eso va más allá de la gramática, pues el yos sería como juntar dos piedras sueltas nada más, en cambio, el nosotros es hacer una moneda con dos caras) individuales se convierten en un nosotros colectivo. Cuando eso pasa, se llama amor, de lo contrario todo esto sería un poco de palabras vacuas y mi oficio de escriba y poeta quedaría relegado a papelitos amarillentos olvidados en los rincones del tiempo que está por venir.
lunes, 8 de abril de 2013
Razón de ser
Es por eso que he decidido compartir este espacio con el fin de tener un medio apto para el desarrollo de discusiones sanas, asimismo, como educador, me siento en la obligación de ir buscando nuevos caminos didácticos y pedagógicos que procuren mejoras evidentes en el proceso de enseñanza de los aprendizajes.
Empieza el camino.